A media cuadra

sábado, 28 de abril de 2012

Desde las profundidades del Brocolí




Por: Sara y Oscar pacientes for e ver o hasta que se nos dictamine lo contrario.

“Ciudades vivas, eso es, selvas llenas de puertas inesperadas,
abiertas solamente para quien sabe verlas,
para quienes sabe hacerlas, atravesarlas y merecerlas,
 en la ensoñación y en la vigilia.
Puertas invisibles entre la espesura
y el peligro constante, riesgos que dignifican,
daños que fortalecen…”  
Ino Moxo

Este relato versa sobre la grandeza de un pueblo, sus  caminos, su ciencia y el gran  espíritu de su selva; por esto no lleva diminutivos en su canto y rima porque todo es grande y poderoso de dimensión en el bajo Putumayo. Como apunta la canción, en un conjunto de nuestras tristezas pal Putumayo arrancamos. En las primeras lunas  del profético dos mil doce después de dieciséis horas aplanando el escaso derrier, desembarcamos con hamaca, no piques y mucho miedo bajo el brazo en Mocoa.

Como es de esperar en los antiguos Territorios Nacionales, el conflicto nos dio la bienvenida radiante y caliente. Se nos anunció que en el Puerto de Asís se asistía a un paro armado, por tanto el paso por el río podría estar cerrado, así el agua siguiera bajando. Luego de doscientos pesos de inteligencia confirmamos que el paro acontecía río arriba y nosotros nos dirigíamos para abajo.  Tres horas más de viaje, pero con jugo en la barriga y quince lucas  menos.

Ya semiborrados de tantas horas de silla descansamos a orillas del gran río Putumayo. Puerto de fresca brisa y caliente historia, relatos de guerrilla, coca y paras inundan las orillas de la memoria de sus pobladores. Cerveza en la tripa, aguante del postrero músculo por ocho horas más, sobre una tabla que hizo las veces de silla, Noventa y cinco mil menos en el dril que pagamos por el pasaje de la lancha.

Así, veintisiete horas después de trocha sobre ruedas y agua, llegamos a Puerto Lejísimos, oficialmente conocido como Puerto Leguizamo, nombre que recibe en honor a “Un héroe de la Patria” dado de baja en la guerra con el Perú. La meta era la comunidad de Cecilia Cocha, laguna con nombre de mujer.

Pocos días después le sumamos dos horas más de lancha al cuneco y ahora sí llegábamos a la cuna del remedio que ha marcado nuestro camino, o mejor nuestra trocha durante varios años. Un brazo serpenteante del río llamado Caucaya nos lanzó al nudo de este texto, destino de nuestro viaje. 

La noche olía a selva, ya no estábamos a la orilla de la manigua, ya existíamos en el pleno brócoli, en la plena selva, caminamos detrás de Tatis, una niña de ocho años, sobre la tierra del pueblo Kichwa, donde la casa del Mayor Isaias nos esperaba para hospedarnos.

De ahora en adelante dos voces; femenina y masculina cantan un viaje, porque cantando se cura y cantando se habla en las profundidades de la madre selva.

Ahora si comenzamos el viaje, desde este momento las voces son distintas, la noche y el día no se distinguen y el paisaje cambia en alucinados cambios de luz, de pinta, es una migración a mundos de sanación, a confusiones de infinitas ignorancias.

Con mucho respeto por el remedio, el mayor y la selva se consumió la primera toma. Al momento Taita Anaconda se extendió en su inmensidad, negra, verde, espesa, selva, grande, hembra se acercó. Vomito, dolor y borrachera llegan con la pinta de color. El miedo ganó el primer encuentro. Refugio cerca al Mayor con su canto que calma, invoca y cura. Mil agradecimientos salieron desde lo profundo del corazón, mil y mil gracias por tantas fortunas, por tanta protección. Nauseas y alegría.  Elevación a las alturas, fundición en la nada, expansión en el todo y concreción en la unidad del preexistir.

Mándalas de atarrayas recorrieron el cuerpo que se estiraba en una hamaca metamorfoseada en canoa, arrullos en susurros entraban, curaban y boceaban sanación. Pintaron las plumas del color, con humilde calma cantó el sabedor en una extendida ensoñación que olía a calor. El río se desbordó,  fluyo el pasado amor y el presente dolor, con lágrimas de sal se naufragó en definitivo adiós. La canción cesó y el rugido clamó. La canoa se revolcó en las aguas de la confusión el dolor y la frustración, el miedo ganó y al banquillo de la curación se asistió. Los ojos que brillan, los que ven más allá de la física y la metafísica anunciaron un mal lanzado desde otra nación, cementerio y muerto se muestran en la espalda de su servidor, la garra del tigre soba con tabaco para ver más allá. “Esta noche tomaremos de nuevo para mirar mejor, mando el sabedor al salir el sol.”

Aconsejada y ortigada por el Mayor mostraron nuevos encuentros. La gran serpiente de rojo brillante envolvía el frágil cuerpo chumado en la casa de curación. Un camino largo se reveló, recorrer es el destino. Sanación en el corazón, comprensión en el pensamiento y mil gracias nuevamente, que honor estar allá –y más allá- y que alegría volver. Taita Yagé en su casa, taita Yagé en la ambiguasca, taita Yagé que belleza. Visión de un gran guardián de tiempos muy antiguos fue el valioso regalo ofrecido por el gran brócoli del Putumayo. 

El tiempo llegó, ahora el sueño se extinguió, la verdad se mostró. Mirar para aprender que  el abuelo entró y  su guaira afiló. La palabra se escuchó, cuando el canto resonó, de la mano me llevó y fuerza me otorgó Miedo no existió porque la armónica se iluminó. Puentes y puentes me mostró, bestias y engaños me pintó pero no se sucumbió, ya que el espíritu resopló, cantó y vomitó, el mal se enchipo y arremetió, la guaira de nuevo respondió pues el Taita tigre se paró y mandó.

Hacia el sur se miró y el mal se descubrió, corrió y la casería empezó, al pasado me llevó y el nido se encontró y a rejo se destruyó. El abuelo agua pidió y de nuevo yagé se tomó y así a la madrugada  se cantó, el Taita curó y la enfermedad espantó.

Amaneció un nuevo mundo para dos pacientes que cantaron en el pensamiento y ahora comparten su confusión.

La enseñanza fue la cañaña con la que los pueblos indígenas protegen su selva, su ciencia, su humildad y sus hermanos, porque me acogieron, alimentaron y curaron, nunca me sentí solo, el espíritu de mi familia y el pueblo acompañaron y equilibraron la trocha del camino que hoy recorremos.

Limpios y frescos como un repollo salimos del brócoli, agradecidos  por la oportunidad de ver lo que se miro, por las protecciones que afilan constantemente la flecha del renacimiento. Respetos al territorio y sus pueblos.

Toda esta historia fue acompañada con las risas y buena energía de los parceritos; Edgar, Diana, Violeta, Irene, Pacho, Pedro y Jhon. Todos los poderes para ellos.

Especial reconocimiento a Taita Isaias Macanilla por su trabajo de sanador, conocedor y curaca. Mil gracias a él, a su familia, a Taita Luis Daniel y al pueblo Kichwa. ¡Gracias Taita Yage!!!

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