Se trata de explorar los relieves mientras se ajustan o desajustan las placas, se trata de entender el vértigo del habla sobre el corazón encendido, de contar los mecanismos de la herida. Se trata de dar vuelta al alimento para que no se queme y de sumergirse agarrado a lo tejido en la víspera y en la proximidad. Se trata de comprender el latido en medio del aturdimiento para poder abrazar los hechos.
Hay un tiempo que nos congrega, incesante, turbulento y que no puede medirse en cuerpos, su rutina se trenza dentro de la diáspora y el apuro, casi en silencio; no gusta de lo insistente pues suele espesarse como la sombra en los bosques y alargarse como la mano ante lo conocido. En los racimos del deseo, este tiempo sigue ondeando a ras del suelo, no atiende pronunciamientos ni promesas, solo camina sobre el barrio hecho polvo, en la cara de nuestra gente, en la voz que habla de nuestra historia.
Es por ello que nunca se hace tarde para la osadía que recrea la mirada. Aquí están los registros y los mapas que guardamos sin celo, los preparativos para la fiesta. Aca están las herramientas: las palabras que susurran los caminos, la parte inmanente de la huella.
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